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La época isabelina es la era en la historia inglesa marcada por el reinado de la reina Isabel I (1558-1603), y hasta la muerte de Jacobo I en 1625. Los historiadores representan a menudo a este periodo como la edad de oro de la historia de Inglaterra. En este periodo, Inglaterra vivió una fase intensa de desarrollo económico, cultural y social. El símbolo de Britannia fue utilizado por primera vez en 1572, y, a menudo a partir de entonces, para marcar la época isabelina como un renacimiento que inspira el orgullo nacional a través de los ideales clásicos, expansión internacional, y el triunfo naval sobre España, en ese tiempo, su más enconado rival. Al juzgar de algunos historiadores, en esta época "Inglaterra fue económicamente más sana, más expansiva, y más optimista bajo los Tudor" que en cualquier otro momento en mil años.
Esta "edad de oro" representó el apogeo del Renacimiento inglés y vio el florecimiento de la poesía, la música y la literatura. Esta época es famosa por el teatro, principalmente el de William Shakespeare y muchos otros dramaturgos, que se liberaron de pasado estilo con que se escribía el teatro de Inglaterra. Fue una época de exploración y expansión en el extranjero, así como la consolidación de la reforma protestante entre el pueblo inglés, sobre todo luego de la victoria sobre la Armada Invencible. También fue el último período de la historia inglesa en que Inglaterra constituyó un reino separado, antes de su unión real con Escocia.
La época isabelina destaca especialmente si se le analiza a la luz de los fallos de los períodos anteriores al reinado de Isabel y los que la sucedieron. Fue un breve período de paz interna entre la Reforma inglesa y las batallas religiosas entre protestantes y católicos, y luego las batallas políticas entre el Parlamento y la monarquía en que se sumió el resto del siglo XVII. La división católica/protestante se resolvió, por un tiempo, con los Acuerdos Religiosos Isabelinos, y el Parlamento aún no era lo suficientemente fuerte como para desafiar el absolutismo real.
Inglaterra también tuvo un mejor panorama en comparación con otras naciones de Europa. El Renacimiento italiano había llegado a su fin. Francia se vio envuelta en sus propias batallas religiosas, que solo se resolvieron en 1598 con el Edicto de Nantes. Otro factor fue la expulsión de los ingleses de sus últimos puestos de avanzada en el continente por parte de los tercios españoles, por lo que el conflicto de siglos entre Francia e Inglaterra se suspendió en gran medida durante la mayor parte del reinado de Isabel.
El único gran rival fue España, contra la cual Inglaterra se enfrentó en Europa y América en escaramuzas que desembocaron en la guerra anglo-española de 1585-1604. Un intento de Felipe II de España para invadir Inglaterra con la Armada Española en 1588 fue derrotado de plano, pero la marea de la guerra se volvió contra Inglaterra con una expedición fracasada a Portugal y las Azores, la expedición de Drake-Norris de 1589. A partir de entonces, España proporcionó cierto apoyo a los católicos irlandeses en una rebelión contra el debilitado dominio inglés, y las fuerzas navales y terrestres españolas infligieron una serie de reveses a las ofensivas inglesas. Esto menguó tanto la Hacienda como la economía inglesas que habían sido tan cuidadosamente restauradas bajo la guía prudente de Isabel. La expansión comercial y territorial inglesa llegó a su límite con la firma del Tratado de Londres al año siguiente de la muerte de Isabel.
Durante este período, Inglaterra tuvo un gobierno centralizado, bien organizado y eficaz, en gran parte resultado de las reformas de Enrique VII y Enrique VIII, así como los castigos severos impuestos por Isabel contra los disidentes. Económicamente, el país comenzó a beneficiarse enormemente de la nueva era del comercio trasatlántico, el robo persistente del tesoro español por la piratería, y el tráfico de esclavos africanos.